La Síntesis Gaitera

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miércoles, 18 de noviembre de 2015

Una mirada a María Cárdenas, la confidente de la Chinita

Imagen ubicada en la parte superior del pasillo principal de la Basílica.
José Manuel Luengo
La Virgen María la eligió a ella para que la tomara entre sus manos. De piel mulata, delgada y baja estatura, así era María Cárdenas, la mujer que tuvo el privilegio bendito de presenciar, un día como hoy, hace 306 años, la aparición sobre un retablo de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá.
Aunque no existen registros sobre su paso por este mundo, a María Cárdenas se le recuerda como una lavandera, muy humilde, que vivía en la calle 5 de El Saladillo, una zona muy despoblada de la ciudad que para comienzos del siglo XVIII contaba con unas ocho mil almas. Apenas llegaba un buque de España al año, por rareza dos. La ciudad era muy primitiva, solo tenía la catedral, la plaza mayor y el convento.
El historiador Juan Besson, en su libro Historia del Zulia, describió que un día esplendoroso de 1709, la mujer acudió muy temprano al estuario para lavar la ropa como muchas otras solían hacer hasta las 11:00 de la mañana. Mientras restregaba un camisón llegó hasta sus pies una tablita, fina, de caoba. La observó y la devolvió al agua con su mano, pero la tabla, de tres milímetros de espesor, curiosamente regresó hacia ella.



Vitral que describe el hallazgo milagroso.
Al tomarla de nuevo se percató  de unas figuras confusas en su superficie y decidió llevarla a su vivienda, hecha de barro y techos de palma, para tapar una tinaja llamada en la época "matón", usada por los pobres para almacenar el agua de sus aljibes improvisados.
Para el historiador Adolfo Romero Luengo, en su obra La Madre de Dios en el Zulia,  María Cárdenas pasó también parte de su vida a moliendo cacao en un gran mortero. Era de caminar pausado por su avanzada edad, cabello blanco y platicaba serena con las demás mujeres en el lago.
Al terminar su faena, la anciana llegó a su humilde casa y tapó la vasija de agua. Con el pasar de los días, se dio cuenta que las figuras eran más definidas. Sobresaltada, no dudó en colgarla en la pared y rezó fervorosamente a la Virgen María. Extrañados quedaron sus vecinos al ver tanta devoción de la mujer hacia la madera rústica, casi deteriorada por el oleaje. Nadie sabe con exactitud cuánto tiempo estuvo flotando el retablo en el lago. Crónicas orales relatan que la imagen proviene de un saqueo por parte de los piratas a las embarcaciones del Nuevo Reino de Granada. Quizás uno de los malhechores, al notar que no era valiosa, la arrojó al lago hasta ser hallada por Cárdenas.

La noche del 18 de noviembre, mientras la viejita estaba en su aposento se escuchó un ruido en la pared. Le restó importancia, pero los golpes fueron más insistentes. Besson narra que con miedo,  María Cárdenas se fue aproximando hasta el corredor oscuro donde de repente vio que de la tabla brotaron luces meridionales, similares a los destellos de las auroras boreales, de colores resplandecientes que iluminaron la precaria vivienda. Sus ojos se maravillaron con la extraordinaria revelación: se dibujó por completo la imagen de la virgen, con faz indígena y color mestizo, cargando al Niño Jesús junto con San Antonio y San Andrés. Uniendo sus manos temblorosas, cayó de rodillas y soltó su emoción gritando: ¡Milagro!
“Gritó como queriendo tener testigos de un hecho del cual no podía darse explicación alguna”, expresó el historiador Besson. 
Alarmados por la exclamación de la mujer, los vecinos fueron a verla y la encontraron asombrada en la calle gritando ¡Milagro, milagro! Quienes la habían visitado dieron fe a las autoridades civiles y eclesiásticas del deterioro del retablo y que ahora tenía la silueta sagrada de María Santísima. Desde esa noche, su casa se convirtió en centro de romerías piadosas e inexplicables milagros ocurrieron a quienes con fe empezaron a venerarla.
Ante la presencia divina de la Madre de Dios en Maracaibo, el clero y el ayuntamiento resolvieron que la imagen no podía seguir en una zona tan solitaria para su veneración y sería trasladada hasta la catedral. Abundantes lágrimas corrieron por las mejillas de Cárdenas al ver que una procesión se dirigía hacia su casa en la calle Milagro para separarla de la virgen.  Por orden del gobernador, dos caballeros, los más distinguidos de la región, fueron los encargados de tomar la reliquia. Cuenta el historiador Kurt Nagel Von Jess, que la carreta en la esquina de la calle Ciencias con Milagro se detuvo cuando iba hacia la iglesia matriz porque la imagen se volvió tan pesada que no hubo manera de trasladarla. Alguien entre la multitud dijo que tal vez la virgen quería permanecer en el templo de San Juan de Dios y enseguida el retablo recobró su peso.
 Otra versión manejada por historiadores es que después de la muerte de Cárdenas, la comunidad llevó la tabla hasta la ermita de San Juan de Dios, que fue reconstruida por el coronel Francisco de la Rocha Ferrer y su sucesor Guillermo Tomás de Roo hasta convertirla en capilla mayor.
En los documentos más antiguos de bautismo de la catedral quedó sentado el nombre de tres mujeres que llamaron María Cárdenas, señala el padre Eleuterio Cuevas, párroco de la Basílica. “Probablemente fue una de ellas quien tuvo la dicha de hallar la tablita de la virgen. También se dice que quizás ella no estaba identificada y que el nombre de María Cárdenas era de la mujer a la que servía. Era de estrato muy humilde, sencilla, entre sus quehaceres estaba el envolver la hoja de tabaco y lavar la ropa en el lago”, dijo el presbítero.
 Tres siglos después de la aparición de la Virgen Morena, las generaciones de esta tierra agradecen a María Cárdenas, la confidente de la Virgen Chiquinquirá, que a pesar de la trascendencia del milagro la sociedad de ese entonces no tomó en cuenta, pero de seguro se encuentra en un lugar privilegiado en el cielo con su venerada Chinita. 

La gaita La Elegida, letra y música de Renato Aguirre González e interpretada por Los Chiquinqureños, relata la renovación mariana del milagro ocurrido en 1709.  


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